miércoles, 20 de noviembre de 2013

CÓMO ELEGIR EL PRÓXIMO LIBRO

Poco a poco me he buscado entre mis allegados cierta fama de lector “retro”, puesto que practico y difundo una teoría un tanto radical a la hora de escoger mis lecturas: salvo contadísimas excepciones, sólo leo libros escritos hace más de, por ejemplo, veinticinco años.

Y esto que no es otra cosa que una medida de higiene lógica, a la mayor parte de las personas a las que se lo cuento les suena a integrismo literario, cuando no a puro esnobismo. He hablado de excepciones, que son estas: no aplico este filtro si se trata de ensayo, si es de algún autor que considero apuesta segura (Thomas Pynchon, siempre, o Umberto Eco, y este no siempre, por ejemplo) o si es de algún amigo o conocido de quien sé personalmente lo que espero, siempre bueno (David Gutiérrez, sin duda).

Una excepción más: atiendo libros de ahora mismo cuando me los regalan en mi cumpleaños, ya que quiero creer en este caso que el donante se lo ha leído antes, lo juzga interesante y más aun, piensa que me puede gustar. Y esta última excepción es la que demuestra la regla y que tengo razón en mantener mi filtro activo. Porque para mi desgracia casi siempre descubro que quien me lo ha regalado –traidor- NO se lo ha leído, más aun, alguno me lo han regalado –cobarde- para saber mi opinión y evitarse el riesgo en persona; otras veces el criterio ha sido acudir a las superventas, pensando –incauto- que garantizan calidad. Y alguna otra, sospecho que directamente se trata de un refrito, quizás incluso ya leído. Maldita sea.

¿Cuál es el resultado? Las pocas veces que he picado y he permitido la excepción he sufrido verdaderas torturas, ya que para mayor desgracia siempre acabo los libros que empiezo. Así, no hace mucho me maravillaba con un Premio Planeta que más bien era un Castigo Universal, escrito por algún ayudante del ayudante de un famoso escritor; también estuve a punto de cortarme las venas con una de las autoras francesas más leídas hoy en día (¡millones vendidos!), con una novela tan falsa como pretenciosa. Y un etcétera no demasiado largo, ya me mantengo siempre alerta.

Evito los títulos y autores concretos no por éstos que se merecen cualquier rapapolvo, sino por los regaladores que -¡pobrecillos!- igual tenían buena intención.

Y es que hoy se publica cualquier cosa y en número exorbitado, cientos de nuevos títulos cada mes cuyo destino es convertirse en pulpa en poco tiempo, ¿o es que alguien se acuerda hoy del bidón de gasolina? Ya que solo vivimos una vez, ¿qué sentido tiene perder el tiempo con libros cuya caducidad es inferior a la de un yogur? Ya que es imposible abarcar todo lo que nos gustaría, ¿para qué abrirnos las carnes voluntariamente? Corremos un riesgo enorme de morir sepultados por infames trilogías (bueno, serán trilogía si el primero vende suficiente). Y sin embargo, ¡qué seguridad tenemos con un título que sigue en la librería después de décadas, que ha visto sucesivas ediciones, y que ha resistido los implacables cambios generacionales!

Es incomprensible que nadie gaste tiempo con un aluvión de novela histórica, mal escrita, llena de anacronismos y enraizada en una Larousse de bolsillo en vez de en la emotiva inspiración de un Maestro como Walter Scott (a ver quién consigue la intriga y romanticismo de Ivanhoe). Es impensable que gente ya de edad y supuesta experiencia haya tenido que descubrir el sexo en una burda saga llena de sombras, sin preferir la experiencia cuasi directa y la crudeza de Mi vida secreta. ¿Cómo es posible que se devoren páginas de costumbrismo barato en vez de dejarse deleitar por la elegancia de Dickens y su Mr. Pickwick?

Lo dicho: el clásico es apuesta segura. Cualquier clásico, menor o mayor. Dadle un par de décadas a un libro y si aún lo encontráis entonces no hay duda.

Y más aún: si se quiere acceder a un mundo exclusivo, a la gastronomía de una literatura superior, explorar un universo estremecedor para el que no todo el mundo tiene el coraje necesario, entonces… habrá que esperar hasta mi próxima entrada… en unas semanas. Suspense.

viernes, 3 de mayo de 2013

ANORMALES, SORDOS Y CARADURAS

Aquellos que seguimos las noticias ya no sabemos qué pensar ¿Nuestros actuales padres de la Patria son tontos o malvados? ¿Nos aprietan para hundirnos más y mientras siguen con el despilfarro? ¿Qué sabiduría y eficacia puede justificar un sueldo como el de la presidenta del SAREB? Estamos hartos de oír que una crisis es una oportunidad, pero esto solo es cierto si no tienes al frente de su gestión a un excelso grupo de anormales, sordos y caraduras. Si en esta España de charanga y pandereta se gestionara bien el dinero público, viviríamos en uno de los países más ricos del mundo, no me cabe duda.

Parece que una parte de las medidas que nos están asfixiando se dirige de forma clara y consciente a una nueva distribución de la riqueza, más parecida a la de la Rusia zarista que a la que corresponde tras un siglo de conquistas sociales. ¿Quiere el lector caer en una profunda depresión? No tiene más que visionar seis minutos de un gráfico escalofriante (para los que no sepan inglés, se pueden poner subtítulos en castellano):

Otra parte de las medidas pretende de forma explícita (así se dice claramente en las exposiciones de motivos de mucha nueva legislación) a meternos de nuevo en la locura de consumo desaforado de la que venimos. Si una ventaja de la crisis era la rotura de la cadena sin fin que nos esclavizaba al “compra-tira-compra”, podemos olvidarnos: nuestros expertos están haciendo todo lo posible por encadenarnos de nuevo. Entender la falacia del consumo en veinte minutos, a quién beneficia y a dónde conduce es fácil, con esta “historia de las cosas”:

Finalmente, otro paquete de medidas conduce también de forma explícita a la resurrección del ladrillo. Increíble, pero cierto. Ahora que teníamos la fortuna de haber explotado la famosa burbuja, iniciada con el infausto decreto Boyer e inflada y requeteinflada por los sucesivos gobiernos que hemos sufrido, habiendo visto pelotazos, poceros y todas las corrupciones posibles, destruido una enorme cantidad de suelo rústico e incluso protegido, atado a tantos ciudadanos con hipotecas miserables, dilapidado recursos valiosísimos… Pues nada, que desde el Congreso se empeñan en armarla de nuevo. Más ladrillo (ahora en nuestros centros urbanos, después de haberse cargado las periferias), más ocupación de baja cualificación, más vorágine, y vuelta a empezar, a ver si conseguimos también hundir a nuestros nietos.
Al final, para nuestra desesperanza, se demuestra la asombrosa teoría de la política extractiva:

Un filósofo dijo hace tiempo que entrábamos en la era de la estupidez. Se quedó corto… donde hemos entrado es en la era de la maldad. O mejor dicho, es donde nos hemos quedado, a pesar de haber rozado la salida.

lunes, 8 de abril de 2013

EL JOLGORIO DEL ERE

No creo que el derecho de un trabajador valga más o menos que el de un empresario, a priori. El modelo de la Rerum Novarum (tan interesante ahora, por cierto) me parece válido, y ni la explotación del trabajador es buena, ni la demonización del que se la juega creando riqueza y trabajo es justa. Por ello, si una empresa anda en las últimas y un despido “eficaz” salva al resto, es quizá una medida a aceptar; un mal menor, vamos. De ahí que, desde mi ignorancia de la realidad legal de un ERE, piense que éste es un mecanismo admisible cuando no más remedios.

Hasta aquí, la lógica más evidente, que sin embargo contrasta con su aplicación real… al menos en este país en el que parece que sólo podemos ser tontos o ruines.

Me explico. Un buen amigo está aterrorizado porque su empresa ha anunciado un ERE que dejará en la calle a un tercio de sus empleados, con indemnizaciones mínimas. No hay proceso de negociación ni nada que se le parezca (bueno, sí que lo hay, pero puramente simbólico).

Curiosamente, en la lista de “despedibles” no hay ningún directivo. Es algo que choca porque la lógica de la eficacia pide una estructura piramidal proporcionada, y cuando empieza a haber demasiados jefes para pocos subalternos no es buena señal. Pero es que además son precisamente los directivos los responsables de que la empresa esté así, y por ello deberían ser los primeros en irse a la calle. Ni crisis, ni leches, que hasta los niños saben que hay que guardar de las vacas gordas para cuando vienen las vacas flacas, y lo que han hecho nuestros directivos durante las vacas gordas ha sido lo contrario.

Para más risa, resulta que el ERE no contempla revisiones de sueldos insultantes. Teniendo en cuenta que las diferencias salariales entre los que se quedan y los que se van a la calle pueden ser de veinte veces o más, ¿no pide la lógica que se ahorre primero con el exceso de los de arriba? Con pequeños recortes en los sueldos máximos se pagarían de sobra muchos sueldos mínimos. ¿Realmente hay gente que por mantener el apartamento de Baqueira prefiere que alguna familia las pase putas el mes que viene? Parece que sí y que la Ley le ampara, además.

Tampoco se ha planteado la eliminación de gastos superfluos, privilegios y demás fruslerías. Alquiler de plazas de garaje, coches de empresa, tarjetas de crédito, comilonas en los sitios más lujosos, desplazamientos innecesarios y siempre en clase superior, dietas absurdas…

Así, podemos seguir hasta el infinito. En resumen, a esta empresa no se le obliga a recortar en todo lo posible (ni siquiera en lo estúpido o superfluo) antes de hablar de despidos, como sería lo justo y racional. No, nuestros procesos legales no contemplan el despido como último recurso, sino como una protección de lo ridículamente innecesario y de la chusma que ha sido incapaz de mantener su empresa a flote mientras los de abajo sí cumplían con sus obligaciones día tras día, año tras año.

La conclusión de este proceso es paradójica, más allá de las consecuencias sociales: y es que una empresa que acepta un proceso así, se declara directamente en vías de extinción. Porque prescinde precisamente de su gente experimentada, de la que marca el servicio al cliente… que si esperamos que los jefes hagan el trabajo de los que se van, lo llevamos claro.

Vamos fenomenal, sin duda. Hasta el mes que viene.


martes, 5 de febrero de 2013

PARA MARINA, REPORTERA DEL ROLLING STONE

Si hay un programa de radio que me transmite buenas vibraciones sin duda es “Classic Box” (¿porqué un nombre en inglés, maldita sea?). Me resulta fantástico cómo empatiza su locutor con los oyentes noche tras noche, el buen rollo de éstos y más aún, la variedad de canciones que pueden llegar a pedir; el otro día, hasta cayó un éxito de Baccara. ¡Increíble!

Hace una semana escuché a una chica hacer una declaración de intenciones que me ha subido la moral: Marina, la oyente, llamó para pedir una estupenda canción incluida en la estupenda banda sonora de una estupenda película: Casi famosos. El caso es que, siendo una apasionada de la música, esta película le fascinó tanto hace unos años que le hizo decidir que “de mayor” ella también quería –como el prota- ser reportera de Rolling Stone. No es un sueño de adolescente ni una idea fugaz, porque el caso es que ahora mismo Marina está ya estudiando periodismo en la Universidad, buscando con determinación su futuro.

No es habitual con la que está cayendo encontrar a nadie persiguiendo su sueño. En general, quién más quién menos está luchando por no empeorar, por no perder lo poco que tiene, por sobrevivir unas cuantas semanas más; pero ya todos hemos abandonado cualquier meta que no sea la simple subsistencia. Y cualquier decisión de futuro pasa por estudiar las estadísticas de empleo, como si estas fueran un oráculo a seguir ciegamente, vaciando de sentido esta absurda vida.

Marina, sin embargo, tiene una respuesta tan vital que es contagiosa. No cabe duda que sin meta no hay carrera, sin rumbo sólo hay deriva. Y en una vida cada vez más incierta, tener claro al menos un punto del recorrido ya es mucho.

Me imagino que Marina tendrá gente en su entorno (y muchos de los que oían la otra noche la radio) que habrán pensado que es descabellado ir así por la vida. Pero también es seguro que muchos de ellos estarán consultando ahora mismo ofertas de empleo, estudiando carreras que no les llevarán a ningún trabajo, tomando decisiones muy alejadas de lo que les pide el corazón, enterrándose en el marasmo gris. Vamos, que creo firmemente que la postura de Marina es la más cuerda que se puede tener, y que hace más que probable llegar a algo muy parecido a lo que uno quiere. Ya tengo una cierta edad, y lo he comprobado en mucha gente de mi entorno.

Marina, no te deseo suerte; no la necesitas. Eso sí, me muero de ganas de leer tus crónicas en Rolling Stone. Muchas gracias.

miércoles, 2 de enero de 2013

LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES

Hace años un EXCELENTE ingeniero de caminos, miembro de la histórica generación que desde el Ministerio hizo las carreteras, embalses, redes de infraestructuras en general, etc., que aun disfrutamos, me contaba con humor su “fracaso” la única vez que había tenido que proyectar unas viviendas; se trataba de una implantación temporal para los trabajadores de un embalse y, como él mismo decía, por muchas vueltas que le había dado no consiguió ir más allá de “una caja de zapatos”.

Cuento esto para ilustrar la ignorancia encerrada en el reciente borrador de una ley de “servicios profesionales”, cuyos anónimos redactores entienden que quien sabe proyectar una nave industrial sabrá también proyectar un museo, por poner un ejemplo. La invalidez intelectual de este borrador la he comentado en otro sitio:
http://comunidad.uem.es/arquilectura/posts.
La tristeza que me produce el cada vez mayor DESPRECIO por los contenidos humanísticos en nuestros sistemas educativos soy incapaz de expresarla con palabras. Y sobre las insensateces que plantea el documento, no hay más que darse una vuelta por la red.

Pero mis preocupaciones aquí atañen más al pánico que me produce que cualquier indocumentado se ponga a legislar sobre asuntos de los que no sabe gran cosa, que no hacen ninguna falta, sin que la sociedad a la que sirve se lo haya pedido, sin haberlo anunciado en un programa electoral, sin ninguna base objetiva, sin medir la repercusión de su incompetencia, y sin que nadie pida RESPONSABILIDAD por todo ello. Menuda democracia.

Ante todo esto, los colegios profesionales han anunciado urgentes escritos de desacuerdo, recogidas de firmas, reuniones de afectados. No es este el camino, para esto ya es TARDE. Una vez más, empezamos a movernos cuando el daño ya está hecho.

Creo que el camino es la tramitación con urgencia de una DEMANDA en los tribunales que correspondan, formulada por la totalidad de esos colegios en férrea unión y en representación de sus colegiados, exigiendo se hagan públicos nombres y apellidos de todos los redactores de este infausto borrador, de sus titulaciones, trayectorias profesionales y en general de todo aquello que demuestre su competencia para legislar sobre estos asuntos. A ver si va a resultar que nos llevamos unas cuantas sorpresas, y que están escribiendo leyes quienes no debieran.

Igualmente, la demanda deberá exigir las fuentes en que se fundamenta este proyecto de ley, informes, estadísticas, directrices, etc. en orden a establecer la necesaria JUSTIFICACIÓN objetiva y completa de la exposición de motivos y del surrealista capítulo de “beneficios potenciales”. A ver si va a resultar que debajo de la alfombra encontramos también unas cuantas sorpresas.

Y si de todo esto se deriva incompetencia, inoportunidad, malversación de nuestro dinero en borradores inútiles o intereses indeseables, habrá que exigir las condenas que sean necesarias.

No estoy pidiendo nada raro. Esto se nos exige, todos los días, a los arquitectos, ingenieros y aparejadores (que éstos me perdonen por obviar sus tristes cambios de nombre): FIRMA, COMPETENCIA Y RESPONSABILIDAD. Si alguien de quienes nos administran no está dispuesto a darnos esto, a lo mejor es que no merece el puesto que ocupa.

jueves, 11 de octubre de 2012

TOCANDO FONDO

Al final de la película Chinatown (Polanski, 1974), el Detective, asqueado de la maldad del Millonario, le pregunta si tiene un millón de dólares. El millonario contesta “por supuesto”, a lo que el detective repone, “¿y qué hay que no puedas comprar con un millón de dólares?”. Dicho de otro modo, a muchos nos asombra que gente que ya puede tener mucho más de lo que necesita, que tiene todo lo que quiere, no tenga freno en su codicia. Y aún nos asombra más que, como escribe Sabato, no les machaque la vergüenza de que esa falta de freno provoque la ruina, el desahucio y el hambre de tantos de sus semejantes.

Porque por mucho que se teorice acerca de cómo están las cosas no podemos olvidar el fondo de la cuestión: unos pocos se están haciendo con todo lo que tiene el resto, generando una situación de desigualdad que no se conocía desde hace lustros. La cantidad de riqueza es probablemente constante, así que si cada vez la mayoría estamos peor es porque una minoría está engordando salvajemente (ojo, cebándose para la matanza, dicen en el evangelio…).

En la posguerra europea, la tecnología se convirtió en la gran esperanza del nuevo orden. Disney filmaba, optimista, “Nuestro amigo el átomo”, empezaba la carrera espacial, y en todos los foros se saludaba a la robótica como la que liberaría al hombre de la pesada carga del trabajo. El Empresario, que llevaba años con unas ganancias más que suficientes para colmar sus aspiraciones y para repartir algo de riqueza entre sus empleados, empezó a mecanizar parte de la producción.

Pero curiosamente, el Empresario no lo aprovechó para que sus empleados ganaran algo de tiempo al día y se fueran antes a casa, a disfrutar de la familia, a estudiar, a cultivarse, a progresar como personas, creando de verdad una Nueva Sociedad… No, como todos sabemos, la mecanización se aprovechó de inmediato en la rebaja de costes, es decir, en el despido de todos aquellos empleados a los que el robot podía sustituir. ¿Por qué, si el Empresario, como hemos dicho, ya tenía sus aspiraciones colmadas? ¿De dónde surge esa terrible avaricia en personas cuya vida ya está llena de lo superfluo, y lo necesario está más que asegurado? ¿Qué hay que no se pueda comprar con un millón de dólares?

Y con el tiempo, la situación no ha hecho más que agravarse. En el siguiente paso, el Empresario ya no pinta gran cosa, sino que detrás tiene al Accionista y éste ya resulta la codicia en la sombra, sin remordimiento alguno por la exigencia de beneficios a cualquier precio al no existir contacto entre él y el vecino al que se despide y condena a la miseria.

Y en este punto no seamos hipócritas: cualquiera que tenga una pequeña inversión, una participación en un fondo, o compre de vez en cuando en una multinacional o en una tienda de chinos, se ha convertido en parte del problema. Se ha convertido en el que detrás de la cadena, en la oscuridad, exige dividendos y beneficios, rebajas y descuentos, sin pensar por un segundo de dónde van a salir. Hemos tocado fondo, por desgracia.

(Puede que como escribe, de nuevo, Sabato, no haya solución; puede que no nos quede otra que resistir, aun sabiendo que hemos perdido).

viernes, 20 de julio de 2012

HACIA EL COLAPSO

No sé si este será el último post de este blog, ya que desde hace unos meses, cada vez que voy a colgar uno, montones de mensajes me amenazan por usar un navegador en vez de otro; es posible que dentro de poco ni siquiera pueda operar en esta web.
Estos mensajes empiezan a ser ya habituales en gran parte de la red; hay una web que incluso me dice que si navego con mi actual programa, será “bajo mi responsabilidad”… no sé qué daño puedo provocar por no pasarme el día actualizando programas o entrando en guerras comerciales que no van conmigo.
Cuando quiero ver una película en mi actual TV me he encontrado también que pese a usar siempre el formato AVI, en unos casos es compatible y en otros no, o al menos eso me dice la pantalla. Vamos, que hay AVIs y AVIs. ¿No es el mismo tipo de archivo? Parece que casi que sí, pero no del todo, ya que hay diferentes “encapsulados” (sic), pero no hay manera de detectarlo a priori. Caramba, o estudio una ingeniería o me aguanto y aplico prueba y error eternamente.
Tenemos en casa cuatro ordenadores, y ya nos hemos acostumbrado a que con cada uno se puedan hacer unas cosas u otras ya que, según el sistema operativo, los programas corren bien en unos sí y en otros no. Ay, siempre hace falta actualizar algún java, algún driver, algún tócame-los-c.
Ni siquiera los PDFs son ya universales… ojito a desde qué versión de programa se han generado, que también hay clases en el mundo informático (faltaría más).
Esta tendencia hacia la incomunicación digital -expresión contra natura- es cada vez más acusada y sospecho que irá in crescendo hasta llegar a la absoluta incompatibilidad entre sistemas, obligando al usuario a decantarse por unos u otros.
Se acabó el sueño de universalidad que nos trajeron los bytes y que demostraban la estupidez de la batalla VHS versus Betamax, las zonas geográficas del DVD o los enchufes de tres pinchos. Ese símbolo del entendimiento entre los pueblos que era el USB agoniza… (por cierto, ya no sólo hay un tamaño, por lo menos van por cuatro que yo sepa) ¿Es que la dictadura del Ipod no ha creado dos bandos? O eres de Apple o eres del mundo libre.
¡Ay, la codicia lo mata todo! “Enséñame la pasta”, decía el futbolista de la película, sin darse cuenta de que anteponer esa frase a los goles era lo que precisamente le estaba dejando sin pasta. En otras palabras, la avaricia romperá el saco… después de volvernos incompatibles a todos.

lunes, 30 de abril de 2012

CONOZCO MIS DERECHOS

O tempora, o mores…
Un hecho irrebatible es que a todos nos sienta como un tiro, aunque sea momentáneamente, que cuando viajamos en avión el sujeto de delante nos baje el respaldo antes de decir esta boca es mía. El que diga lo contrario miente. Al fin y al cabo, se trata de una invasión de un espacio cada vez más escaso…
Y sin embargo, es una multitud la que olvida eso de “no hagas lo que no te gusta que te hagan” y baja el respaldo hasta antes de sentarse, aunque luego se vayan al aseo, aunque sea para comer o leer con la espalda inclinada hacia adelante y llegar a la mesita. Por supuesto, esta gente molesta sabe perfectamente que la compañía aérea le otorga ese derecho a irritar a su vecino trasero, y por tanto, lo hace valer a toda costa.
En los autobuses urbanos de Madrid hace ya tiempo que existe un espacio reservado para carritos de bebés, una loable iniciativa. Al menos en principio. Porque en cuanto una madre belicosa sube al vehículo, le falta tiempo para arrollar todo lo que se cruza en su camino -generalmente, pasajeros- con el carrito de marras, hasta ocupar ese espacio que exige con expresión furibunda, como si su bebé, ajeno a todo esto, estuviera siendo puesto en peligro por un complot de insolidarios bereberes. Pero claro, es que es su derecho, de acuerdo al reglamento de la compañía de transportes.
Como estos podemos citar todos los ejemplos que queramos. Infinidad de situaciones en las que prevalece un derecho (muchas veces de dudoso fundamento, por cierto) sobre la más mínima educación, y sobre unas normas básicas de convivencia que deberían estar muy por encima de cualquier reglamento.
Porque desgraciadamente, es muy raro que en ninguna de esas situaciones se oiga al del derecho decir “por favor”, “¿le importa si…?” o “gracias”. Algo tan estúpido como un derecho reglamentario otorga a un amplio grupo de hotentotes la patente de corso para pisar a los demás, quizá porque es el único momento del día en que pueden darse importancia. Como en las películas, reclaman “¡conozco mis derechos!” y aprovechan la ocasión para tocar un poquito los c… al respetable.
Mucho me temo que en este país del buen rollo y el talante llevamos tantos años sacralizando derechos y despreciando deberes que hemos olvidado que con una elemental educación nos ahorramos muchos reglamentos. Y hasta la mayor parte de las leyes, si me apuran. Lo dicho, o tempora

martes, 3 de abril de 2012

LOS QUE SE HAN IDO

Me gusta poco la política, pero una menos que otra. La hay especialmente perniciosa y dañina, y tenemos buen ejemplo en la que se acaba de ir. A lo mejor soy injusto hablando genéricamente. A lo mejor debería hablar de personas concretas, de absolutos incompetentes rebosantes de fatuidad, absurdos ignorantes a los que alguien ha puesto cuota de poder en las manos y se han creído que les venía por sus méritos y no precisamente porque su estupidez garantizaba ciega lealtad e incapacidad de hacer sombra.

Estos personajes han estado muy ocupados en infiltrar sus infaustas ideas -¿se las puede llamar así?- en las estructuras más sólidas de la sociedad. Y así, no les ha dado tiempo para dedicarse al trabajo para el que todos les hemos pagado magníficamente. Esta perversión, mes tras mes, año tras año, nos ha dejado un país que no hay quien lo levante. Porque mucho peor que la maltrecha economía es el absoluto descrédito conseguido en nuestras más venerables instituciones. Aquí ni puede haber un New Deal ni un Kennedy que nos pida hacer algo por nuestro país. Menudas risas nos íbamos a echar.

La terrible herencia de estos comediantes que ya se han ido a sus retiros dorados -pagados por los mismos a los que han estafado- es precisamente que ya nadie confíe en nada que huela a Público. ¿Y cómo no, si no ha habido institución en la que no hayan metido la nariz para soltar alguna patochada o colocar al frente a un amiguete iluminado? Esto explica que antiquísimos y venerables tribunales, tradicionalmente presididos por un sabio anciano, de pronto cayeran bajo la tutela de una veinteañera autosuficiente.

Sólo un milagro hará que la clase política vuelva a tener crédito. Pero ya tampoco podemos confiar en la Real Academia de la Lengua, porque son las “miembras” las que nos van a enseñar a hablar y no los eruditos que allí se sientan. Ni en la de la Historia, ya que se ha permitido que cualquier analfabeto critique el trabajo de nuestros mejores historiadores. ¿Y qué decir de la Dirección General de Tráfico? Pues que sus señales de circulación son tan fácilmente manipulables -basta una pegatina- que ya nunca pensaremos que su utilidad es el prudente gobierno de automóvil. Tampoco la esfera judicial es de fiar: sólo hay que acatar las sentencias que nos convengan, que para las otras ya tenemos a varios faranduleros manifestándose, expertos ellos en leyes y justicia.

¿Puede la Universidad tener algún prestigio, si se regalan Doctorados a los últimos de la clase, menospreciando a los que lo obtienen tras años de duro trabajo? Hasta los programas de estudio se han llenado de dudosa ideología: miren si no el de Filología de la UNED, donde la liberación femenina tiene más peso que el valor literario; encontrarán asignaturas enteras de doctrina pura (ya que tenemos literatura y género, ¿porqué no literatura y raza, literatura y edad, literatura y religión, literatura y barrio, literatura y club de fútbol,…?).

Y que no se nos pidan ganas de cumplir con el fisco, que el baile de deducciones arriba y abajo, y ahora me la devuelves, y a quien subvencioné ahora se lo cobro, y donde dije digo ahora es Diego, nos ha provocado auténtica alergia a la Agencia Tributaria. Por no hablar de la ausente estabilidad en un marco legislativo que inspire confianza en los inversores. Si cada vez que se anuncia una medida se desmiente al día siguiente, y cuando nos descuidamos nos aprueban un decreto-ley más funesto que el anterior… no esperemos atraer así más que trapicheos de gasolinera.
Como diría Haddock, menuda sed me da todo esto… y no de agua, precisamente. A ver si para el próximo post estoy más optimista, que vaya racha llevo.

domingo, 29 de enero de 2012

EL FUTURO NO ES CHINO

A principios de los 80 el futuro era Alemania. Todavía me río de algunos amigos que se dedicaron a las arduas declinaciones germánicas y no consiguieron pasar de dar los buenos días y saberse los días de la semana. De pronto el panorama dio un vuelco y lo imprescindible era saber japonés; aquel que lo consiguiera iba a tener la vida resuelta. Sin comentarios. Luego cayó el muro, y entonces no eras nadie si no estabas estudiando ruso. Ya no sé si fue antes o después, pero también el árabe se iba a comer el mundo; creo por cierto que Dubai tiene ahora tanto futuro como la ciudad del Pocero. Y no hace mucho Brasil era un país emergente, y… bueno, más idiomas y más clarividentes rebuznando.


Cuento todo esto porque en el colegio de mi hijo están ofertando como idioma complementario el chino. No sé qué chino, la verdad, porque creo que hay varios tipos (mandarín, cantonés, y no sé cuál más) y que se parecen tanto entre sí como el finlandés y el zulú. Para mayor asombro, parece que hay alumnos que han picado y dedican su tiempo a pronunciar fonemas imposibles.
Ya sé que lo que voy a argumentar contradice la aparente realidad, pero también creo que el día que la mayoría acierte será un buen momento para cambiar de planeta. Porque francamente, creo que el futuro será cualquiera menos chino. Ya sé que son muchos, que se han hecho con la fabricación de casi todo, que van por el mundo comiéndose la banca… Incluso sabemos que en un ejercicio de papanatismo aquí se les presta un trato de favor que ya quisieran muchas empresas nativas.


En primer lugar, creo que el mundo entero está hasta el gorro de chapuzas. Si con el pasado derroche nos daba igual que algo recién comprado se rompiera en un par de días y sin posibilidad alguna de arreglarse, hoy ya no es así. La nueva coyuntura nos obliga a mirar bien lo que gastamos, y empezamos a preferir calidad aunque sea pagando más, sobre todo porque el concepto de amortización es mucho más importante que el de gasto. Es decir, que prefiero comprarme algo bueno y que me dé buen servicio, que treinta cosas miserables. Llega la era de la calidad frente a la de la cantidad.
Parece que también hay algo de farol en las grandes corporaciones chinas; en más de un sitio se les ha puesto la alfombra roja porque llegaban como salvadores y en el último momento se han retirado sin decir esta boca es mía… que pregunten en NH qué tal les ha sentado la reciente espantada de los que iban a ser sus nuevos socios. ¿Cuál es al final el gigante chino, una extensa red de tiendas de parecido olor y productos imposibles? Además, el mundo se está haciendo más pequeño, como dice un reciente libro; ¿puede ser que la energía esté subiendo tanto que a medio plazo los costes de transporte acaben comiéndose el ahorro de fabricación?
Aún más importante que todo lo anterior es saber que sus bajos precios tienen una base execrable, y es que los sustentan condiciones de semiesclavitud. No podemos vanagloriarnos de nuestros avances sociales y estar a la vez sosteniendo un régimen donde los principios más básicos no existen. Cada vez que compramos algo a bajo precio, es muy probable que al final de la cadena haya alguien trabajando en condiciones lamentables; pensadlo la próxima vez que en la etiqueta ponga “made in china”.
Ese bajo coste de fabricación tiene por otro lado consecuencias medioambientales enormes, ya que también se deriva de evitar medidas frente a la contaminación de origen industrial; las urbes chinas empiezan a ser focos de insalubridad cuya influencia puede ser de escala planetaria.
Y finalmente… China es un país invasor de tierra sagrada, que ha ocupado el Tíbet injustamente y ha desplegado allí un régimen de terror genocida. Suficiente razón como para que Occidente les retire el saludo. No podemos vivir con una doble moral. China mismo es un hervidero; me cuenta un conocedor que existen tantas tensiones internas que en cuanto el régimen se relaje -lo cual es inevitable… el capitalismo rojo es insostenible- va a dejar a la antigua Yugoslavia a la altura del betún. ¿Será por esto que están siempre enfadados?


Es paradójico que con nuestro dinero estemos perpetuando todo aquello que nuestra sociedad ya ha superado; todos los valores conquistados en Occidente son hipócritamente traicionados en aras de una economía consumista. A lo mejor habría que cambiar el título de este post; realmente, no sé si el futuro será o no chino… más bien habría que decir que EL FUTURO NO DEBE SER CHINO.


martes, 13 de diciembre de 2011

PARA QUÉ SIRVE UN BLOG

Cada vez que alguien de mi entorno se entera de que mantengo -aunque sea a duras penas- un blog en la red, la reacción inmediata más frecuente es mirarme como si fuera natural del planeta Urano. Pasada esa primera impresión, que a veces dura más de lo que la buena educación debería permitir, y es que hay gente que no se corta nada, la verdad sea dicha, surge en una segunda fase igualmente molesta una de las dos preguntas del millón, que son siempre las mismas.

Si mi interlocutor es un tipo tirando a desagradable, de aquellos cuyo sentido del humor más refinado se curtió con los chistes de Jaimito (el de las bolas de billar… ¿o eran las de Villar?), opta siempre por lo que podemos llamar el “elogio descalificativo”, en forma de pregunta retórica. Algo así como “tú es que tienes mucho tiempo, ¿no?”, o bien, “si es que vives muy bien, ¿verdad?”.

Un comentario de este tipo no tiene otro trasfondo que situarte a la altura de los acampados de la Puerta del Sol, o del cojo Manteca en su versión más extrema. Vamos, que como uno dedica algo de tiempo a una labor no remunerada, por fuerza se debe entender que vive del sueldo Nescafé. Este es el modo de pensar de mentes materialistas, con todas sus sinapsis imantadas por papel moneda. ¡Ay, como decía el poeta, tristes tiempos estos en los que hay que luchar por lo evidente!

La realidad es que, como muy bien saben mis allegados, la lucha por la vida en un medio tan hostil como la jungla me obliga, al ser un espécimen de baja adaptación (por no decir un retrasado en la cadena evolutiva) al pluriempleo más atroz, teniendo que atender tantos frentes que mi agenda no la entiende ni el mismísimo Champollion (véase la muestra adjunta). Curtido además como autónomo, ni siquiera me puedo permitir un resfriado, lo cual mi organismo sabe de sobra. Supervivencia en estado puro.


Que me sobra tiempo… ojalá fuera así, maldita sea.

Pero ya he dicho que son dos las preguntas posibles… y la otra, aunque sea menos desagradable, te pone en cambio en un compromiso nada fácil de resolver. Se trata de una pregunta tan sencilla como “¿Y para qué sirve un blog?” pero que por desgracia no se responde fácilmente. Imagino, a priori, que hay tantas respuestas como blogueros, desde lo que buscan publicidad, incluso dinero, a los que se montan un club de amigos.

No puedo opinar sobre ellos. Lo único que puedo contestar es para qué sirve MI blog, o dicho de otra manera, porqué le quito tiempo a otras cosas para escribir estas tonterías.

Pues bien, en mi caso, la finalidad es puramente terapéutica. Y es que tengo una facilidad enorme para absorber, crear, atraer, &c., ideas de todo tipo, que se me enquistan en el cerebro y se quedan ahí, rulando y rulando, arriba y abajo. Así, paso horas dándole vueltas a asuntos sin importancia, y lo que es peor, dándole la brasa a los que me rodean, que soportan con estoicismo teorías tan inútiles como las que se pueden leer por aquí.

Porque como decía Paul Simon, a lo mejor es que pienso demasiado. Y si no saco las patochadas por algún sitio, creo que sería muy factible algún tipo de cortocircuito. Este blog es el mejor sistema que he encontrado para crear una válvula de descomprensión a mi hirviente cabezota. Si alguien se encuentra en mi caso, que aprenda de mi experiencia: no hay mejor terapia para un inútil-creativo-obsesivo que sacar las ideas de la cabeza a base de escribirlas, desarrollarlas, ilustrarlas y publicarlas.
Un método infalible, que os recomiendo vivamente, y que podéis ensayar ahora mismo poniendo aquí un comentario sobre lo que os tenga las neuronas colapsadas.

Sólo tiene un efecto secundario… y es que se crea nuevo hueco en el cerebro para otra sarta de insensateces. Vosotros sabréis.

Vale.

lunes, 28 de noviembre de 2011

AVISO PARROQUIAL



ATENCIÓN, SEGUIDORES DE ESTE BLOG... A PARTIR DEL PRÓXIMO MARTES 13 DE DICIEMBRE (D.M.), CAMBIAMOS DE DIRECCIÓN.


LA NUEVA SERÁ:








GUARDADLA YA EN VUESTROS FAVORITOS




¡LO VAMOS A PASAR CAÑÓN EN LA NUEVA ETAPA!




lunes, 21 de noviembre de 2011

RESACÓN ELECTORAL

La reciente jornada electoral se me ha atragantado (alergia a la política, me parece) y he pasado mala noche… he tenido terribles pesadillas, y como Juan en Patmos, no veo otro modo de quitarme el miedo que difundir desde aquí la profecía que me ha sido dada.
En mi visión, un enorme Dragón de dos cabezas mantenía el territorio asolado… aun siendo del mismo bicho, cada cabeza era distinta a la otra, de tal manera que a una parte de la población le daba pánico una de ellas, y la otra no tanto, y a la otra parte le sucedía lo contrario. No sé de qué dependía que te diera más miedo una cabeza que la otra, probablemente de la educación recibida de pequeño, o de dónde vivía tu abuelo cuando empezó la Gran Infamia…
Y el Dragón, consciente de la situación, se aprovechaba del miedo del populacho, y cada cabeza hacía ver un terrible –aunque falso- antagonismo hacia la otra, de modo que los aterrorizados por la cabeza de la Izquierda sólo confiaban ya en la cabeza de la Derecha para mantener aquella a raya, y los sobrecogidos por la cabeza de la Derecha, trataban de ganarse el favor de la cabeza de la Izquierda, confiados en que era la única manera de frenar las tropelías de su melga (bueno, de su gemela, para los que no sean murcianos).
Y era el crujir y el rechinar de dientes.
Y así, la mitad de la muchedumbre, esquilmaba su propia tierra alimentando sin cesar a una de las cabezas, para garantizar su defensa ante los desmanes de la otra, que no hacía más que amedrentarlos con promesas de muerte y destrucción; y la otra mitad de la plebe vivía en simétrica situación (pero con las cabezas en el rol contrario, claro está… menudo lío que me estoy haciendo… ¿se me entiende, no? con el miedo que he pasado…).
Y los años se iban sucediendo, y los infelices campesinos vivían con el terror a una de las cabezas, y por ello votaban sin cesar a la otra, perdón, la alimentaban quería decir, y el Dragón, que había encontrado el modo de vivir sin pegar golpe, se complacía en el teatro de la permanente oposición, sabiendo que de un modo u otro, tenía dos bocas bien alimentadas para siempre…
Y las dos cabezas sólo unían sus fuerzas cuando aparecía algún profeta de luenga barba y blanca vestidura a desenmascararlas, tratando de romper este círculo vicioso, señal por la cual los escasos justos del reino reconocían la superchería, aunque eran voces que clamaban en el desierto.
Y los ignorantes labriegos, sordos ante las profecías y negándose a reconocer las señales que en el cielo aparecían, como vírgenes desprovistas de aceite en sus lámparas, no se daban cuenta de que cada cabeza existía únicamente porque existía la otra, y era el miedo a cada una de ellas la que perpetuaba la existencia de la otra, y no eran capaces de entender que ambas servían al mismo cuerpo, y que esta situación mantenida de forma eterna no servía más que para engordar al dragón y agostar, cada vez más, la bendita tierra que heredaron de sus antepasados.
Y en esto, me desperté. Caramba, qué nochecita. Así se conviertan todos en estatua de sal, maldita sea…

domingo, 13 de noviembre de 2011

A NINGUNO DE LOS ANTERIORES

Vuelvo de ver la película de Tintín, y he echado de menos a los hermanos Pájaro... menos mal que viendo el debate Rajoy-Rubalcaba se me ha quitado el resquemor, ante un tándem igualmente inquietante y tan poco de fiar.

Y hablando de tiempo de elecciones, he vuelto a ver “El gran despilfarro”, sorprendente comedia donde Monty Brewster financia una campaña consistente en añadir al final de las papeletas de voto una nueva casilla que reza “A ninguno de los anteriores”. Es decir, si el votante considera que el resto de opciones de la papeleta son despreciables, puede expresarlo marcando esa casilla y dando su voto... a ninguno de los anteriores. No es un candidato, no es un partido, no es un grupo de poder, es... ninguno de los anteriores. Imagino que no es necesario que cuente el resultado de esas elecciones.

Viendo y oyendo a nuestros principales candidatos, a sus comparsas y partidos, su historia reciente, no se me ocurre mejor opción que votar a cualquier otro, incluso a ninguno de los anteriores.
Porque resulta sintomático y esclarecedor (y muy irritante) darse cuenta de cuál es el único tema en el que siempre están de acuerdo los dos grandes partidos: no modificar nada que ponga en peligro su juego de poder. Ni listas abiertas, ni distritos electorales de tamaño razonable, ni eliminar la injusticia del mayor valor del voto en según qué autonomías, ni dejar de apuntarse los votos en blanco, ni resolver en referéndum las reformas constitucionales, ni cesar en uno sólo de sus privilegios, ni modificar el sistema de financiación de los partidos... Todo un complejo sistema urdido con el único fin de perpetuar en el poder –alternativo- a ambos bloques, y desarrollado minuciosamente legislatura a legislatura, desde que ya se unieron en conspiración para expulsar del congreso el intento de Suárez de superar las dos Españas creando un centro que claramente sí representa (entonces y ahora) a la mayoría de los votantes.


Está claro que a la “casta”, desde el XIX, le viene muy bien que sigan existiendo dos Españas, antagónicas y enfrentadas, y que el miedo de la una a la otra les siga garantizando no el voto a favor, sino el voto a la contra, el voto “útil” para “evitar el poder del otro”. Mientras esto suceda así, ambos partidos seguirán chupando del bote que les llenamos el resto. Y si no, ya me dirán porqué siguen hablando de la Guerra Civil, 70 años después. Si de niño hubiera visto a mis padres crisparse por la guerra de Cuba y beligerantes con los Estados Unidos me hubiera quedado de una pieza... Todo sea que se les vaya de las manos y nos monten una nueva, que parece que no aprendemos de la Historia. Y ya no sé si me estaré volviendo paranoico, pero me da que el sistemático intento de degradar el sistema educativo tiene mucho que ver con todo esto, ya que otro punto en común en ambos partidos es el desinterés y la chapuza de todos sus gobiernos en la materia. Cuanto más patán sea el votante medio, más fácil será que la farsa electoral dure.

Sólo hay una esperanza, y es... a ninguno de los anteriores. Expulsemos de nuestra vida a la casta, que desaparezcan ambos bloques. Partido taurino o anti-taurino, comuneros de Castilla, partido de las viudas, fumadores al poder, lo que ustedes quieran. Cualquier partido, menos los que siguen hablando de izquierda y derecha en pleno siglo XXI. Ni izquierda ni derecha, a ver si nos vamos a dar una ostia por no mirar adelante. Pasemos página, por fin.

Y mientras, una última referencia fílmica... recordando el debate de marras, no hago más que acordarme del fantástico eslogan de “Dos tontos muy tontos”... no puedo evitarlo, lo siento... Suerte el 20, España.

lunes, 24 de enero de 2011

UNA FÁBULA DE LAS ANTIGUAS

Hoy me he levantado con espíritu literato, así que me han dado ganas de escribir una fábula a la manera de los antiguos moralistas. ¡Qué género más bonito! Siempre me ha parecido fascinante ese universo en el que los animales hablan entre sí de tú a tú, toman el pelo a los humanos y el sol y el viento hacen apuestas, las uvas y el queso son posesiones preciadas, cazadores y cazados invierten sus papeles… Y un paso más allá del tradicional esquema “planteamiento-nudo-desenlace” se añade la enseñanza final, la sabia moraleja que da un valor añadido al cuento. Y todo ello en el mínimo espacio. ¡Genial!
Y aquí está el resultado de este intento; confío en que el lector sea benevolente al ser la primera fábula que escribo. Si gusta escribiré más. Y si no, ¡qué le vamos a hacer! Por lo menos lo he intentado y al lector le basta un movimiento de ratón para perderme de vista, al fin y al cabo. Va por ustedes.

Érase una vez un simpático labriego, hombre de campo que tras años de esfuerzo y trabajar de sol a sol en varias fincas ajenas por fin ahorró lo suficiente como para buscar la ansiada independencia y libertad. Y con ese dinerito -merecidamente ganado- compró unas tierras de buena calidad, en las que trabajar a partir de ahora pero con el aliciente de ser, a la vez, propietario. Ya no sólo lucharía por su jornal, también sería el único acreedor al beneficio de la tierra. ¡Qué gran futuro me espera! pensaba nuestro simpático –aunque esforzado- personaje.

Con lo que le quedó tras la compra, la inversión adicional en semilla no se hizo esperar, y con la sabiduría que otorga tantos años de experiencia nuestro labriego compró muy buen producto a mejor precio. Luego puso a punto la herramienta necesaria, limpia y engrasada, si es que ambos conceptos son compatibles. Al trabajo de limpieza y desbroce del terreno siguió la paciente roturación y abonado y por fin el terreno quedó listo para ponerlo en producción.

Y así, todo llega en esta vida, pensó nuestro labriego, y una mañana muy temprano comenzó la paciente labor de plantar la semilla, labor que fue haciendo minuciosamente durante horas bajo un sol cada vez más recio. Poco a poco, con la economía de movimientos que sólo un artista alcanza, su avance por la parcela iba siendo patente. Llegó la hora de almorzar, y con ella, el momento de hacer un receso en las labores. El labriego levantó por fin su vista del suelo, se enderezó haciendo crujir las entumecidas vértebras lumbares y se decidió a echar la vista a su espalda, ya que juzgó que a estas alturas se había merecido al menos el gozarse del trabajo ya hecho.

¡Ay de mí, ay de mi personaje! Lo que a sus espaldas encontró no es precisamente lo que podíamos haber esperado; si no fuera así, mala fábula sería esta. Pues tras nuestro simpático –aunque esforzado- personaje, había ido maniobrando un taimado cuervo, que con tanta paciencia como el mismo labriego había destinado su tiempo y habilidad a ir sacando y desayunándose todas y cada una de las semillas que aquel había ido plantando. Tiempo hacía que no se daba un banquete así. Muelles tintinescos salían de la cabeza de nuestro protagonista, que por un momento se sintió desfallecer.

“Hermano Cuervo, ¿qué daño te he hecho, que alegremente destrozas mi esforzado trabajo? ¿Acaso no sabes que estas semillas se han llevado mis últimos ahorros, restos de la inversión en tierras que con tanto esfuerzo me he ganado tras años de doblar el espinazo? ¿No puedes comprender que la cosecha que ya no existirá representaba no sólo el fruto de tantos años, sino que era además mi única esperanza de sustento? Ya el trigo no dorará este campo, ni su venta saneará mis cuentas, ni mis cuentas alimentarán a mis pequeños. ¿Qué será de mi familia en el duro invierno, cuando no haya grano recolectado para sostenernos?”. Así se lamentaba el labriego, ante el taimado cuervo, que con cinismo le miraba de reojo y sin inmutarse.

Por fin, aprovechando una cesura en los sollozos del labriego, el cuervo habló (o graznó): “Hermano Labriego, mira que eres ruidoso… ¿A qué tanto lloro y tanta queja? ¿Por qué me culpas de tu inexistente cosecha? Yo no sé nada de cosechas, ni de trigo. Yo lo que me he comido son unas simples semillas, y muy ricas, por cierto”. Y dicho esto, sin esperar respuesta alguna del estupefacto campesino, el cuervo alzó el vuelo y despareció entre los árboles cercanos.

Y ésta es la fábula. ¿Decís que falta la moraleja? El labriego pidió un préstamo para poder semillar de nuevo, e incluyó en el presupuesto un eficaz espantapájaros. Y por supuesto, comprendió las maldades del aborto. Y ésta es la moraleja…

martes, 16 de noviembre de 2010

¡SE HA ESTRENADO UN MUSICAL! ¿SÓLO POR HOY?

El título no es una exageración… hace siglos que el único teatro musical que se estrena en Madrid son esos ridículos karaokes a los que van los espectadores a cantar a grito pelao éxitos que nacieron ya rancios y que se citan juntos por obra del calzador de sus promotores, hilados mediante argumentos imposibles.

Tampoco considero que sea “estrenar” la recurrencia de traer los grandes “clásicos”, ninguno con menos de veinte años a sus espaldas, versiones y reversiones completamente prescindibles, que no aportan nada más que el destrozo de aquello que tuvieron de valioso. Así fue la versión de “Jesucristo Superstar” que padecimos hace meses, esa sucesión de videoclips con estética de “Mira quién baila”, sin pasión alguna (si es que se me permite el chiste fácil), o la versión de la versión de la versión de Chicago de la temporada pasada, que difícilmente consiguió meternos en el ambiente de la ley seca o arrancarnos ni un levantamiento de cejas. Cómo echamos de menos a la Gonyalons…

Está claro que los musicales de los 60 ó 70 son los que atraen a los autobuses de provincias, que acuden en tropel a un título cuya versión en cine vieron en su adolescencia, pero ese no debería ser el único criterio de programación. ¿Dónde están los empresarios inquietos, que trajeron “Barnum” o “Snoopy” sabiendo que su público iba a ser una extraña minoría? (je, je… esta temporada vienen “Los Miserables” y “Annie”… de ayer mismo, vaya, entre ambas deben sumar más de medio siglo).

Hagan memoria, señores, y a ver quién se acuerda de la última vez que se estrenó por aquí un musical (escrito como tal, con música y argumento juntos) que fuera de estreno, es decir, que estuviera o hubiera estado más o menos a la vez en la cartelera de Broadway o el West End…

Por eso es una noticia tan extraordinaria que –simplemente- se haya estrenado “Avenue Q”. Con eso, su contemporaneidad, bastaría para destacar en la mediocre cartelera. Pero es que además es un musical que actualmente está gozando de enorme éxito en todo el mundo, que se ha convertido en una obra de culto para un exigente sector de espectadores, un musical que habla de hoy mismo. Y no termina aquí el regocijo: es que además se ha montado con una calidad y un lujo de medios totalmente inusual, sin que pueda envidiar nada a sus homólogos de Nueva York o Londres. Sin con esto no he convencido al lector, aún hay más, y es que se trata de la obra más divertida, más original y más sorprendente que hayamos visto en mucho tiempo en escena.

Con una temática aparentemente ardua, se atreve con todo para retratar a una generación en el filo de la frustración. Discutir sobre el paro, la homosexualidad, el racismo, la pornografía… ¿resulta divertido? Bien, la verdad es que el público no para de reír de principio a fin, ni de corear las extraordinarias canciones (¡originales!). ¿Es ofensivo el sexo explícito en escena? ¡No, si lo practican una marionetas muy, muy versadas! ¿Es feo reírse de las desgracias ajenas? No, si aceptamos que las nuestras, a su vez, sirvan para divertir a otros. Así de chocante, sorprendente e irresistible es este musical, que sus autores escribieron pensando en sus amigos, a los que no gustaban los musicales…

Es difícil imaginar a un director más adecuado para una obra así que David R. Ottone -alma de la compañía Yllana, de inminente aniversario-, que además de haberse distinguido sobradamente en la escena internacional, ha crecido con el mejor Musical y, a su lado, el que humildemente suscribe. Es su impecable dirección, junto con la versatilidad del excelente reparto, la causa última de que el arriesgado experimento de fundir actores reales y marionetas se resuelva con éxito, y el movimiento en escena está medido con tal precisión que desde el principio deja uno de ver personas o títeres, y ya sólo ve personajes, personajes entrañables y tiernos, inmersos en una vecindad tan real que se demuestra en seguida tan absurda, de lo que a lo mejor no nos damos cuenta en nuestro día a día.

Escenografía, iluminación, traducción y adaptación, efectos, música… no hay fallo en toda la obra, cada elemento es perfecto y el todo es superior. Sólo encuentro dos pegas: la poca justicia que le hace una publicidad sesgada y el que un montaje como este no esté en la Gran Vía, y lo digo sin menospreciar un espacio fantástico como el del Nuevo Apolo.

Por si aún no lo he dicho: no se la pierdan. Recuerden que es “sólo por hoy”, y esa es la lección de la avenida Q…

viernes, 22 de octubre de 2010

EL DIRECTIVO ORGULLOSO

En esta absurda sociedad, una de las castas más dignas de atención es la de los directivos, o mejor expresado, la de los Directivos Orgullosos. Me refiero a aquellos personajes que ocupan las altas esferas de las empresas, cuya remuneración fija es escandalosa y la variable es directamente ciencia ficción para el resto de los mortales. Además, se privilegian con plaza de garaje en la oficina, despacho de tamaño blasfemo, secretaria, coche-transatlántico de empresa…

Lo digno de atención no es todo esto (hay que ver cuántas cosas no necesito, decía el filósofo que paseaba por el mercado de Atenas), sino que cuando uno conoce alguno de estos directivos casi nunca se trata de un personaje que tenga un mínimo brillo, quitando el carísimo atuendo. Lo normal, en cambio, es que tengan escasa cultura, conversación banal, modales y sentido del humor un tanto rancio –fútbol, mujeres, y… ya, esto es todo-, y ninguna pista de una inteligencia por encima de la media. De hecho, uno sospecha que en su juventud, pertenecía a la casta de los parias del colegio, con mediocres resultados académicos, y no especialmente popular. El que se llevaba las collejas, vamos.

Cuando uno, curioso como pocos, araña un poco, acaba descubriendo que, salvo que se esté donde se está por ser familia de alguien, lo normal es que esa situación privilegiada responda a algo parecido a un golpe de suerte, estar en el sitio adecuado en el momento adecuado, y aprovecharlo sin escrúpulos. Porque me temo que la mayor parte de estos giros del destino, han tenido que ver también con una acusada inmoralidad, con el uso de información privilegiada y con primar el beneficio propio en detrimento del accionista al que deben su remuneración.

Llegados a este punto, cabe suponer que la incidencia de las decisiones de estos directivos orgullosos en la buena marcha de la economía de anteriores periodos es nula. No están donde están por saber, sino por su habilidad en situarse y reunir privilegios. Y sin embargo, no cuentan al menos con la humildad de saber cómo son las cosas, y lo normal es que piensen que su puesto es merecido, tocados de los dioses, que los buenos resultados de la empresa se deben a su preclara inteligencia, y que los subordinados a los que tratan con habitual desprecio deberían estar agradecidos por tenerles como jefes. Son incapaces de asumir que un buen negocio mínimamente organizado puede producir ingentes cantidades de dinero aunque ellos no estén, y que a lo mejor producirían más aún sin ellos y sus estúpidas decisiones, más relacionadas con mantener su estatus que con sus verdaderas obligaciones.

Y así estamos ya en el destino que motiva estas líneas: el Directivo Orgulloso en plena crisis. Si cuando las cosas iban bien era mérito suyo, cuando las cosas van mal… claramente son los factores externos los causantes, nunca lo será su gestión. Así, es incapaz de sentirse culpable porque una gran parte de sus miserables subordinados hayan terminado en la calle, sin esperanza de volver a trabajar en mucho tiempo. No será el Directivo Orgulloso el que realmente sufra si la empresa finalmente cierra, para eso ha atesorado suficiente material estos años y se ha blindado ante cualquier posible despido.

Y sin embargo, no hay otra razón para la bancarrota que precisamente la incapacidad del Directivo Orgulloso. Porque la crisis, ésta que no ha hecho más que asomar la cabeza y que va a aniquilar la economía que conocíamos, no es otra cosa que una suma de Directivos Orgullosos. Digamos las cosas claramente: no hay una maldición divina, no hay confabulación de fuerzas materiales. La crisis se origina en la codicia y estupidez de estos despreciables personajes. Ninguno de ellos ha cumplido su deber, ninguno las ha visto venir. No se han ocupado de anticiparse a los problemas, o de invertir en líneas de futuro, o de diversificar sus actividades. No han hecho más que tomar decisiones irresponsables, de invertir en donde no debían, de jugarse el dinero buscando el beneficio veloz, primando la especulación frente a la solidez. Son responsables también de una dolorosa ostentación, de crear un clima de pelotazo donde se ha puesto de moda admirar al tiburón y despreciar al esforzado. Ni siquiera se han responsabilizado de garantizar a sus miserables subordinados la actividad suficiente como para mantener sus puestos de trabajo.
Son éstos, los que ahora están en la calle, los que deben pedirle explicaciones. Los que deben agruparse y demandar a su antiguo superior y exigir su responsabilidad civil. Por haber sido incapaz de atender sus obligaciones, por haber ocupado un puesto para el que no tenía capacitación, buscando sólo el beneficio propio, y no haber pensado nunca en que tanto privilegio sólo se merece si se asume la responsabilidad que le corresponde.

La responsabilidad profesional no se debería exigir sólo a los médicos, arquitectos, ingenieros, o abogados, que responden de sus errores incluso con su patrimonio personal. El Directivo Orgulloso es mucho más dañino para la sociedad, no hay más que ver la que está cayendo…

(Desde su jubilación dorada, el Directivo Orgulloso sonríe pícaramente al leer estas líneas… “vaya mundo de pringaos”, piensa con razón, “y el primero de ellos, el que pierde su tiempo escribiendo blogs como éste…”).

(La ilustración la he robado del blog de rafel bianchi… … muy bueno…).

jueves, 10 de junio de 2010

DESCARTES DE “UN ENIGMA DE LA ESGAE”

1: Oigo a John Landis en una entrevista contar que hoy día le sería imposible filmar otra película como la brutal “Blues Brothers”, debido a los descomunales derechos de autor que se pagan hoy día en la música. Es una pena, la verdad.

2: Oigo a Víctor Manuel (ya conozco dos socios, vaya) decir en la radio que es tan normal pagar un canon por la música en las bodas como pagar los refrescos que beben los invitados. Una comparación poco acertada… ya que por cada refresco no se paga un canon al Colegio de Diseñadores de Botellas, o a la Asociación de Investigadores de Bebidas Gasificadas, o a la de Creadores de Logotipos de Casas de Bebidas y Afines. Que yo sepa.

3: Yo que tengo la tonta costumbre de comprar producto original ya me gasté una pasta en una buena colección de vinilos y cintas VHS. Luego he tenido que repetir, volviendo poco a poco a comprar todo otra vez en CD y DVD, obligado por un mercado que se ha confabulado para hacer desaparecer los formatos analógicos del mapa (digo bien, un mercado y no un progreso, basta ya de engaños, ¡viva la Cinta de Vídeo de Muchachada!). ¿No deberían haberme descontado del precio, al recomprar en nuevo formato, los derechos de autor que ya pagué la primera vez? ¿Puede ser que la Esgae me deba un dinerillo? Por cierto, ¿por qué no me avisaron los “autores” que sus productos en VHS caducaban, como las latas de sardinas? Porque la mayoría de las que tengo ya no se ven un pimento…

4: Argumentan Teddy, Ramón y Víctor, que con todo este revuelo, la piratería, el Emule, el top-manta, etc., estamos abocados a la desaparición de la música. ¿Cabe recordar que la música existe desde mucho antes de la Esgae, del Emule, y de todos nosotros? Cambio tras cambio de formato, hay quien sabe evolucionar con los tiempos y quien se empeña en contener lo incontenible… nos obligaron a recomprar en digital, y el digital mató su propio mercado, eso es todo. A esto se le llama “la avaricia rompe el saco”.
Y como dice mi adorado Dylan, no se necesita al hombre del tiempo para saber de qué lado sopla el viento. Desde luego, él ya sabe cuál es el nuevo mercado de la música, y lleva muchos años trabajándoselo. A tomar ejemplo, “autores”.

jueves, 20 de mayo de 2010

UN ENIGMA DE LA ESGAE

Sorprende lo que da que hablar una organización teóricamente marginal como la Esgae, con probablemente menos socios que los que tuvo en su día mi añorado Club Don Miki -y me refiero a proporciones relativas-. Sobre todo con noticias de recaudaciones asombrosas: desde falsos invitados a bodas, cobros a compañías de teatro en nombre de Lope de Vega, cánones cobrados a adolescentes por andar tarareando con su móvil…

No quiero repetir asuntos ya muy sobados, ya que parece que todos somos de opiniones parecidas respecto a estos asuntillos, todos salvo quizá nuestros legisladores que, cada vez más, parecen vivir en una sociedad distinta a la del resto de ciudadanos (“la Ley es la Ley, no podemos saltárnosla o reírnos de ella, y si no nos gusta lo que hay que hacer es cambiarla”, defendía con razón Adam Bonner, pero sin decirnos cómo se cambia en una España como la nuestra, donde todos los poderes parecen estar al servicio de uno único).

Sin embargo sí me gustaría añadir al fuego una leña más, sólo una, y es una paradoja que me inquieta desde hace mucho. ¿Qué autores son los de esta sociedad? ¿Es realmente general? ¿Quién cobra al final de tanto lío? Me explicaré. Supongamos que en mi bar pincho música para deleite de mis clientes. Me toca, ya lo sabemos aunque no nos guste, pagar un dinerillo a la Esgae por este abuso de confianza. De ese montante, queremos creer que la mayor parte se reparte entre los autores; sería un consuelo, al menos. Bien, supongamos que lo que yo pincho en mi bar es música de mi adorado Dylan. Ello me procura negocio, es posible, porque a lo mejor se me forma una clientela habitual de iniciados en los vericuetos del rapsoda. Y la Esgae me cobra… ¿para pagarle, aunque sea una parte, a Dylan? ¿Se recompensa con justicia a este gran genio, autor tan trabajador o más que cualquier otro, exceptuando a Lola Flores?

Pues bien, parece que no es así. Parece que quien cobra del dinerillo comentado es el socio de la Esgae. Por ejemplo, Ramoncín (siento meterle aquí, en la misma paradoja que a Dylan, pero es que no sé de ningún otro socio, soy así de ignorante). ¿Qué sentido tiene esto? ¿Es mínimamente justo? ¿Que Ramoncín o cualquier otro se lucre del negocio generado con el trabajo ajeno, en este caso de mi adorado Dylan? ¿LE ESTÁIS QUITANDO EL PAN DE LA BOCA A MI ADORADO DYLAN?
Vamos aún más lejos. El otro día, en una boda y ya con la corbata en la cabeza, bailamos desenfrenadamente “Funky Town”. Nadie se acuerda de los autores de éste glorioso éxito de la música popular de hace treinta años. Yo sí, ya sabéis que tengo buena memoria para las nimiedades: se trata de un grupo que se hacía llamar Lips Inc. Si ya es difícil acordarse de algo así… ¿quién narices sabe cómo se llamaban sus componentes o por dónde andan? ¡A lo mejor a estas alturas se han hecho monjes! Supongo que lo justo sería que la Esgae, tras trincar el canon de la boda, aparte una pequeña parte para Lips Inc, localice a sus responsables -o en su caso al Abad de su monasterio- y les haga llegar los ínfimos derechos que les debe tocar, ante la mayúscula sorpresa de los destinatarios (“¿qué dices, que nos han llegado unos dólares desde España? ¿y en el remite figura un tal Teddy-qué? ¡Ah, Bautista… será un colega carmelita!”).

Una vez más, parece que la situación no se resuelve con justicia. Mucho me temo que de nuevo el que cobra es… el socio de la Esgae. Que de nuevo Ramoncín y el resto de socios se reparten inmisericordes el resultado del trabajo de ese simpático grupo que tantas alegrías nos ha procurado en las bodas. No entiendo nada de todo esto, la verdad. Sólo se me ocurre que exista un tratado internacional de reciprocidad, compensando a los “autores” de cada estado. Una Esgae norteamericana, por ejemplo, cobrando cánones cada vez que en un bar para iniciados, de culto, se intenta fidelizar a la clientela pinchando la obra completa de Ramoncín. O cobrando cánones por cada vez que se baila “El Rey del pollo frito” en una boda norteamericana. Ya sé lo que están pensando mi adorado Dylan y los simpáticos componentes de Lips Inc –si es que les dejan leer blogs en su monasterio-: ¡que se van a hinchar a ganar pasta!

Lo dicho, no entiendo nada. No seré moderno, o culto, o artista, o con la ceja picuda, o yo que sé. Pero si todo esto es justicia, que venga Teddy y nos lo explique, por favor. ¡Con lo que nos gustaba cuando hacía de Judas!